Skip to main content
ES
Historia

Eternamente, Aparicio

Pocos actos de homenaje o reconocimiento a un jugador pueden haber sido calificados de tan consensuado, merecido y popular como el que se le rindió al ex defensa y popular masajista Ernesto Aparicio el día de su definitivo adiós del mundo deportivo.

Aún no hay reacciones. ¡Sé el primero!

 

Eternamente, Aparicio

 

Pocos actos de homenaje o reconocimiento a un jugador pueden haber sido calificados de tan consensuado, merecido y popular como el que se le rindió al ex defensa y popular masajista Ernesto Aparicio el día de su definitivo adiós del mundo deportivo.

Consensuado porque el ex capitán nunca contó con segmentos de disconformidad, siendo un verdadero símbolo de afecto para todos los canarios. Merecido por su ardua labor y los inestimables méritos que concurrieron en su personalidad deportiva y humana. Popular, porque en pocos casos como aquel inolvidable día, detrás de nuestra presencia física, de nuestra adhesión personal y más aún, de nuestras palabras, se agrupaba el fervor cordial de todos los estamentos y hogares isleños.

Porque, en rigor, la UD Las Palmas no sólo se circunscribe al ámbito deportivo, sino que es un vehículo de expresión, un latido anímico, un pulso infinito en el corazón de la ciudad y ante todo una identificación emocional o actitud ante la propia vida.

Pretender glosar aquí en estas líneas las excelencias y hazañas de toda la trayectoria en el club de Ernesto Aparicio sería tarea ingente y no es el espacio indicado para ello.

En aquellas lejanas fechas de la década de los 50, concretamente en el año 1954, la entidad amarilla presidida por Eufemiano Fuentes, decide incorporar a un prometedor jugador del barrio de La Isleta, aún en edad juvenil, a su recién creado club filial, Unión Atlético, equipo que había nacido como puente o nexo entre el juvenil amarillo fundado dos años antes por Juan Obiol y el primer equipo de nuestra UD Las Palmas.

Presidía, a la sazón, todo el organigrama de filiales, Fernando Navarro Valle, siendo elegido entrenador y coordinador general por unanimidad Carmelo Campos Salamanca, toda una institución en el club insular.

Formación del Unión Atlético en el Estadio Insular:

De izquierda a derecha: Betancor, Aparicio, Guadalupe, Currucale, Mujica, Pepito Reyes y Emilio.

De rodillas: Paquillo, Domingo, Miguelín, Artiles, Lolín y Julián.

Relación de jugadores y estadística de partidos del Unión Atlético, filial de la UD Las Palmas , documento registrado en los archivos del club y sacado por primera vez a la luz en los volúmenes sobre la historia de la UD Las Palmas.

A partir de la inolvidable fecha de su debut, el 28 de diciembre de 1958, en el legendario campo del Metropolitano ante el Atlético de Madrid, formando la retaguardia amarilla ese día el guardameta Pepín y los defensas Aparicio, Beltrán y Marcial, hasta la fecha que causó baja como jugador y capitán de nuestro equipo, un gélido y triste día invernal del mes de febrero de 1970, durante el reinado de esplendor de Luis Molowny,  había demostrado ser un defensa de auténtica raza  vistiendo con ejemplar gallardía y pundonor la camiseta de la UD Las Palmas, siendo la banda derecha su demarcación habitual.

Lateral de constante presencia atacante, se caracterizaba por su silbido gomero y su lenguaje  gestual en la cancha, llevando a sus compañeros en volandas hacia la victoria con su proverbial aliento y entusiasmo. Frente erguida, recio en el ímpetu, con una amplia panorámica del terreno de juego, cumplía con aquella máxima castrense de: "Prietas las filas, impasible el ademán".

Según ha quedado registrado en los archivos del club, Ernesto Aparicio contabilizó 288 partidos oficiales: 254 de Liga y 34 de Copa del Generalísimo.

Licencia federativa del jugador Ernesto Aparicio.

Después de su periplo aventurero como jugador en Sudáfrica, regresa a la entidad como masajista el 25 de agosto de 1972.

Pero en el día de hoy no es mi intención hacer referencia a su digno historial, de sobra conocido por todos los aficionados. Lo realmente sustantivo y capital es ahondar en otros aspectos quizás marginales para el gran público pero que, sin embargo, reflejan mi convivencia con él durante todos aquellos años en la entidad amarilla. Porque, Ernesto Aparicio, queridos lectores, dejó en nuestro club  una impronta tan singular y huella indeleble que será difícil de sustituir u olvidar.

¿Y qué hemos de resaltar en Aparicio como rasgo diferenciador?

En un mundo tan virtual y ficticio como el que estamos inmersos, donde no anidan precisamente los valores ni códigos éticos, donde nada parece real en su esencia, me congratula y enorgullece profundamente haber conocido a una persona que ha tenido en su club y en sus colores el argumento vital de su propia existencia.

Por eso, desde aquella tribuna del salón Jesús Arencibia del Hotel Santa Catalina, en aquel día tan emotivo para su persona, no quería dejar de expresarle a modo epistolar, mi más sentido y emocionado agradecimiento por haberme sabido transmitir este sentimiento de devoción por nuestro querido club. El perenne capitán no necesitó nunca de la lisonja ni el verbo fácil para seguir siempre fiel a su ideología y ganarse la estima, respeto y consideración de todos los estamentos de la entidad.

En Aparicio nunca existió la mera declaración de intenciones o política de gestos. Su lenguaje visceral y espontáneo quedaba muy lejos de la impostura y del falso glamour de nuestros días. Ernesto Aparicio hacía de su respuesta elíptica o silencio un dogma de fe y de cada uno de sus movimientos una pausa vital y evangelio porque como alguien que no acierto a recordar dijo pasamos los días en constante convivencia con nuestras palabras y nuestros silencios y difícil es distinguir quien influye o predomina más en nosotros, aquel que con facilidad sabe verbalizar o el que mira en su interior y no encuentra vocablos para expresar lo que realmente siente dentro de él.

Ernesto Aparicio.

Hoy, donde tanto prevalece la osadía, vulgaridad, egolatría y hueca vanidad, Aparicio nos ha dejado un claro ejemplo de naturaleza didáctica, haciéndonos ver que la capacidad de amar a una entidad se manifiesta más en las acciones encubiertas, y que la solidaridad, abnegación y entrega a una causa, están más cerca del silencio, y frente al permanente asedio de la ingratitud o indolencia es preciso que hagamos brotar como él lo hizo en su día esa llama de pasión y fe en valores tan sustanciales.

Nunca una frase displicente o gesto irreverente para con la institución. Su sentido de la discreción y lealtad fueron para él leyes fundamentales que forman ya parte  de conceptos universales.

Se levantaba con el alba y encaminaba sus pasos como reflexivo y ausente a su morada habitual, cita  que cumplió con el máximo rigor puntual durante casi medio siglo. El Estadio Insular, templo sagrado de nuestro fútbol, era para Aparicio como  una proyección de su propio hogar. Allí, con sus prodigiosas  y milagrosas manos, se encomendaba a su ardua tarea diaria.

Notario y receptor fiel de tantas quitas y confesiones había tenido siempre presente sin saberlo, los versos del poeta existencial Fernando Pessoa: "Ya vi todo lo que nunca había visto; ya vi todo lo que todavía no vi y oí todo lo que no oí", que sabiamente y de forma pragmática D. Jesús García Panasco había sintetizado transcribiéndolos por "Ver, oír y callar". Porque Aparicio no es sólo Aparicio, sino que habiendo heredado todo un legado prehistórico, llegó a encarnar la justa representación y la esencia de todos aquellos insignes prohombres que le habían precedido en el ejercicio de su heroica labor, y que él siempre nombró y recordó con legítimo orgullo: D. Jesús García Panasco, D. José  y D. Lázaro Guerra, D. Carmelo Campos, su gran amigo y compañero el Dr. Emilio Tomé y un largo número de figuras relevantes que por su loable y meritoria labor han sido claros referentes en la vida de la institución.

D. Jesús García Panasco.

Banquillo amarillo, De izquierda a derecha: Pepe González (masajista), Gilberto Rodríguez (utillero) y Carmelo Campos (entrenador auxiliar).

Y es que aunque el tiempo haya seguido su inevitable curso, el mundo de nuestro club es como la infancia, que queda diluida en formas pero que nunca llegamos a abandonar plenamente.

¿Cómo puedo expresar con palabras tantas horas compartidas con Ernesto Aparicio en mi despacho de la sede social, entrenamientos, aeropuertos, aviones, autobuses, hoteles, paseos…? Pude vislumbrar de inmediato que Aparicio en relación al club y nuestro equipo, tenía un concepto integrador, con un acusado sentido protector en constante vigía, y con una visión panorámica de todo lo que pudiera amenazar el desarrollo normal de la actividad y régimen interno de la entidad.

La reputación de la institución fue siempre para Aparicio cuestión prioritaria, preocupándose de cualquier detalle por nimio que pudiera parecer. No solamente observando con suma atención el estado de ánimo de los muchachos y sus lógicas preocupaciones y reivindicaciones, sino también sabiendo llevar el consejo adecuado en el momento oportuno. Y es que con tantos años de estoica disciplina y ejercicio profesional, había llegado a captar la más pura esencia de nuestro club, donde la prudencia, distinción, natural elegancia y rigor casi escolástico eran cualidades intrínsecas a la propia institución.

El malogrado medio amarillo Juanito Guedes y el capitán Ernesto Aparicio posan para la cámara de Hernández Gil en compañía de un "joven" aficionado.

Aparicio configuró y modeló todo un icono y ejemplo a imitar en la figura de D. Jesús García Panasco, hombre de pensamiento elevado, ortodoxia, erudición, elocuencia y sofisticadas formas, pero ante todo carecía de ese desmedido y frívolo afán de ubicuidad y vocación escénica, como correspondía a un club que exigía la mirada plural de una persona relevante investida de autoridad intelectual y jerarquía. Para los que nos honramos en haber conocido a  D. Jesús García Panasco y éramos sabedores de su libro de cabecera, Oráculo Manual y Arte de Prudencia de Baltasar Gracián, que guardaba con el mayor celo en el gabán de su despacho, la elegancia radicaba en huir de lo estridente.

A Ernesto Aparicio y el que suscribe nos costaba conciliar el sueño y solíamos conversar en el hall del hotel hasta bien entrada la noche. Muy temprano en la mañana oía sus inconfundibles pasos y sabía que se encontraría allí, exactamente en su lugar preferido del salón, reflexionando sobre la difícil jornada que se avecinaba. Horas más tarde desayunábamos y solía acompañarlo en el autobús por las mañanas al estadio donde como en ceremonioso ritual, antesala de lo lírico, colocaba con esmero, celo y veneración cada prenda impregnada de un itinerante y fragante aroma.

Me admiraba el conocimiento exhaustivo que nuestro leal masajista tenía de las ciudades y orografía peninsular, al igual que de todos los recintos deportivos, desde campos de 2ª B donde en sus verdes y frondosos alrededores pastaba mansamente el ganado, a recintos consagrados como San Mamés, Nou Camp, o el Santiago Bernabéu. Porque Ernesto Aparicio, parafraseando a Jorge Luis Borges,  nos enseñaría no sólo a querer y amar al club, sino lo que es más fundamental: aprender a cómo quererlo y amarlo.

El historiador oficial de la entidad, Antonio De Armas, en compañía de Aparicio a la llegada del equipo amarillo al Nou Camp dos horas antes del encuentro con el FC Barcelona.

En días triunfales vivía cada instante con ardor y rebosante alegría. En días amargos, que también los hubo y muchos, me impactaba sobremanera aquella imagen hierática en la soledad compartida del mustio y sombrío vestuario, donde Ernesto Aparicio, con el rostro cariacontecido, grave, circunspecto, demacrado por el inútil y estéril esfuerzo, sentía en lo más profundo de sus entrañas la humillante derrota. Pero, al contrario que en los gobiernos donde nadie parece estar en el origen de los fracasos, él era todo un ejemplo de equilibrio, mesura, valentía y solidaridad con el más desvalido, insuflándole confianza y autoestima. Ernesto Aparicio venía a encarnar el mundo de lo real y lo auténtico porque en su reducido círculo no anidaba el comportamiento desleal, actitud farisea o doble moral, sino la nobleza incondicional y sincera.

Sin embargo, hay pecados capitales y factores externos que incomprensiblemente han sido siempre muy difíciles de erradicar en este club y los canarios solemos ser en ocasiones antropófagos de nuestra propia gente y su obra. Pude compartir con Aparicio su particular ostracismo e intenté humildemente llevar una palabra de ánimo y un halo de aliento a su alicaída figura y baja autoestima.

Aparicio y su familia vivieron momentos de inmensa ingratitud, frustración y decepción y aunque el tiempo y la conducta cicatrizan las heridas, dicen los versos ingleses que las alegrías de la vida duran un corto tiempo pero las penas del alma duran toda la vida.

El ciudadano de a pié, que había recibido un impacto lacerante, emitiría su veredicto inapelable. El añorado Estadio Insular, testigo inerte de sus hazañas futbolísticas, parecía por momentos enloquecer y todas las gradas, incorporándose al unísono, eran un clamor popular:

¿Aparicio dónde está?

¿Dónde está Aparicio?

 

¡Cuánta insignificancia y sencillez apreciamos en estas sentidas palabras y sin embargo cuán hondo significado encierran y atesoran! De ahí el imperativo legal de abrir un paréntesis de sensatez, cordura y reflexión comprometiéndonos para siempre a salvaguardar todas las señas y signos de identidad de nuestro club.

Los errores que hayamos podido cometer deben quedar en el pasado y servirnos de enseñanza para que no sucedan en un futuro.

Después de diez años viajando con el equipo ininterrumpidamente, preferí en aquellos años no viajar asiduamente por motivos de salud, pero por imponderables de última hora tuve que hacerlo a Gijón. Al subir al autobús en el lugar habitual, pude de inmediato comprobar, que el primer asiento de la izquierda que había venido ocupando Aparicio durante tantos y tantos años, era utilizado por un jugador recién llegado al club que no tenía el honor de conocer, el cual de forma inocente e inconsciente, en perfecta sintonía con su aire desenfadado y juvenil, exteriorizaba con cánticos de forma extrovertida y desinhibida su estado de ánimo.

Ernesto Aparicio ejerciendo su función de masajista en el Estadio Insular. A la derecha de la imagen el defensa Toledo observa con atención el proceso de su lesión.

Confieso que me embargó un sentimiento de orfandad indescriptible. Esa acústica tan peculiar e intransferible en Aparicio, con una forma de expresión casi onomatopéyica de ir contando uno a uno en alta voz en el autobús a todo el grupo de la expedición, por un instante, no sonaba en mis oídos con el vigor, la eufonía ni la rima debida. El trasiego de equipajes entremezclados con su pausada y serena figura; el formalismo al uso de las tarjetas de embarque que con el ir y venir de pasajeros y olvidadizos transeúntes, donde Aparicio, por su dilatada trayectoria de servicio al club era foco de atención y permanente estima, parecía no seguir el mismo ritmo y cadencia.

Las horas de irreprimible hastío en el avión o la distendida charla en la terraza de un hotel en la quietud de la tarde, se me hacían de una levedad insoportable. El litúrgico ceremonial del vino en la mesa, donde Aparicio, con fervor sacramental iba llenando de rojo y líquido elemento cada una de las copas de los expectantes  comensales, no cumplía por una vez con la solemnidad adecuada.

Documento oficial de la UD Las Palmas por medio del cual Ernesto Aparicio quedaba adscrito a la organización deportiva del club en condición de masajista-utillero.

Descubrí, de pronto, que Ernesto Aparicio, al igual que sus mentados predecesores había entrado ya en otra realidad y dimensión, era una dimensión intangible, espiritual, metafísica, que se perdía por un instante en la memoria, formando una perfecta simbiosis con el propio impulso vital de la entidad.

Me percaté tardíamente que un club de fútbol lo hacen realmente las personas y no deja de ser en rigor la memoria sentimental de la ciudad.

Sin éstas, la propia institución sería una híbrida abstracción, no alcanzando verdaderamente su real dimensión y pleno significado.

Comprendí la reflexión profunda del escritor luso José Saramago en su obra El hombre duplicado: "¡Qué grandes son a veces las pequeñas cosas!". Me pregunté cómo personas que no se distinguen precisamente por su formación académica o pensamiento ilustrado, pueden, sin embargo, convencer por la fuerza de sus argumentos, innata clarividencia y la brillantez de su natural y empírico razonamiento.

De regreso al hogar, tendría que volver a revisar mi propio código ético y jerarquía de valores.

Desde su intuición y sabiduría popular, sus juicios casi siempre premonitorios, se convertían en verdaderas sentencias, acertando plenamente en las determinaciones que debía tomar el club.

Otro aspecto de obligada referencia a resaltar era el de su encomiable corporativismo. Ernesto Aparicio sería el principal impulsor de todas las reuniones y actos de camaradería, ejerciendo de contumaz anfitrión, propiciando un ambiente de confraternidad y compañerismo con la finalidad de que los jugadores y cuerpo técnico pudieran ir desarrollando esos vínculos afectivos tan importantes luego en el terreno de juego y en la larga competición.

Aquel día tan señalado de su despedida era una obligación moral hacer acto de presencia e intentar  pagar una deuda de gratitud a nuestro imperecedero capitán.

Todos los caminos nos conducían esa noche a nuestro querido Estadio Insular cultivando esos valores de excelencia que un día no muy lejano dieron nombre y grandeza  a esta institución. Ernesto Aparicio, que defendió como nadie los colores de nuestra sagrada UD Las Palmas se lo merecía con creces. Su total entrega al club siempre tuvo como norte el sacrificio y abnegado esfuerzo, y como en la vida de las personas, también las instituciones, después de una larga etapa vivida, miran retrospectivamente todo el camino transitado, sabiendo premiar en su justa medida a aquellos que fervientemente la han honrado. Porque, a pesar de los pesares, nuestro querido club sigue teniendo un alma llena de contenido espiritual y humano, nobles sentimientos profundamente arraigados en el acervo popular y configura un significado más hondo que la ambición personal o el mero triunfalismo derivado de resultados deportivos.

Licencia federativa de Ernesto Aparicio Betancor como encargado del material del club UD Las Palmas.

En puridad, en lo que a los aficionados en general y a mí en particular concierne, Aparicio no se ha retirado nunca. Su imagen aún permanece latente en nuestro recuerdo. No se trata de una entelequia o frase apocalíptica, sino de un deseo que ahonda en el inconsciente colectivo de todos los grancanarios.

Funcionarios fieles al club que como Ernesto Aparicio contribuyeron a engrandecer la institución merecen nuestro más fervoroso reconocimiento, siendo acreedores de una distinción especial en las páginas de oro del club amarillo.

Desde este apartado digital que hoy nos devora día a día en detrimento de la página impresa, sólo me queda enviarte mi mensaje de gratitud más emocionado y sincero y en alta voz con fervor exclamar:

 

ETERNAMENTE APARICIO.