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Historia

El exconsejero Luis Valeriano perdura en nuestro recuerdo

Toda tragedia o golpe del destino deja tras de sí un inmenso halo de tristeza y aún reconociendo las palabras de Herman Hess al afirmar que todo dolor era un recuerdo de nuestra condición elevada, resulta difícil de aceptar y entender con criterios racion

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LA TRÁGICA PÉRDIDA DEL EXCONSEJERO DE LA UD LAS PALMAS LUIS VALERIANO GONZÁLEZ SIGUE SIENDO LLORADA  A PESAR DEL TIEMPO TRANSCURRIDO. SU VALIOSA CONTRIBUCIÓN  A LA ENTIDAD DEBIÓ TENER EL RECONOCIMIENTO DEBIDO.

 

"La pérdida de un amigo es un

hecho que marca en cierta medida

a todo ser humano".

"La idea de que podemos cesar

inesperadamente, de que somos

fortuitos, efímeros, casuales,

tiene que afligir a todo hombre que

no sea del todo insensible".

             J.L.Borges

Confieso que cada día me resulta más costoso enfrentarme al folio en blanco, rigor del adjetivo y más aún a la alabanza laudatoria, recurriendo a ciertos escritos generosamente tratados y guardados en mi escritorio o en mi cada vez más débil memoria.

Abrumado aún por la impresión y la inaceptable realidad hoy he cruzado las calles ausente, perdido en mis divagaciones; es el mismo itinerario, geografía del lugar o espacio afectivo que solía frecuentar con Luis por la transitada Triana o las antiguas calles de la regia y señorial Vegueta.

El ex consejero de la UD Las Palmas Luis Valeriano González firmando en el libro de honor de una peña del club.

En este marco estrictamente urbano, por un momento, veo su imagen con ese aura de éxito, inmaculadamente vestido, entre el agobio de los transeúntes.

En nuestra amistad había algo familiar, una corriente de afecto humano, aunque nuestra forma de aproximarnos a los demás fuera sustancialmente diferente.

El prestigio y reconocimiento se sustentan en la aceptación de nuestros actos por los demás, y es que mi amigo Luis Valeriano era de esas personas con las cuales desde un primer momento se entablaba una corriente de amistad y simpatía.

Cuando te tendía su mano firme no era una mera cortesía parlamentaria sino un compromiso real de amistad.

Para Luis, la vida tenía placeres irrenunciables y como entusiasta del carpe diem, de vivencia inmediata y del placer epicúreo más refinado, la búsqueda de lo estético era para él una necesidad imperiosa, como una dignificación de su propia personalidad.

Me enseñó la serenidad y satisfacción de poder conversar sin imposturas, de respetar la diferencia, de tener ese grado de tolerancia con los más vulnerables y, sobre todo, de cultivar la risa y el buen humor ya no sólo con una finalidad terapéutica sino como un acto supremo.

La impresión que me dio siempre Luis fue la de un ser eminentemente ético, viviendo todos sus compromisos con suma coherencia.

Su familia era la fuente de su fortaleza. El amor de su joven y bella esposa Cristina y la educación y formación de sus queridos hijos, Alejandro y Alberto, eran su centro de gravedad y el argumento vital de su propia existencia.

En La Rosaleda de Málaga. De pié, de izquierda a derecha: Luis Valeriano González, su esposa Cristina Quiney, Javier Hernández Campos (médico de la entidad), Antonio de Armas y Ernesto Aparicio. Agachado: su hijo Alberto.

Juntos recorrimos los terrenos de juego más inhóspitos y recónditos de toda la geografía insular, siguiendo las evoluciones balompédicas de su hijo menor, por el cual sentía verdadera reverencia y auténtica devoción.

Confieso con cierto rubor que al término de los disputados encuentros, dejándonos llevar por la alegría del momento, festejábamos los triunfos y goles de Albertito con libaciones más copiosas de lo acostumbrado.

Persona activa y jovial, tenía esa gracia y donaire singular, conservándose físicamente bien a pesar de la erosión de los años.

Le ayudaban a ello los paseos diarios con su perrita Sara por la cual sentía verdadera afección y que tras su fallecimiento se la veía triste y huraña, sintiendo profundamente el latido de su ausencia.

El lenguaje de Luis era educado y de suma corrección aunque no se prodigaba en retóricas de homilía.

Poco sectario, tenía una química especial con el mundo que le rodeaba, manteniéndose siempre en una atmósfera de armonía, y paradójicamente, a pesar del trágico y luctuoso suceso, refractario a todo tipo de violencia.

Elegante en el vestir y de sofisticadas formas fue educado en la escuela de la etiqueta y la ortodoxia.

De gustos versallescos y muy aficionado a la viticultura, los mejores vinos de la enología española y francesa, así como su maridaje con la buena mesa, eran para él auténtica debilidad.

Nada resultaba más reconfortante que compartir mesa y mantel con su familia y círculo de amigos íntimos.

Pero había en él otras cualidades que le adornaban. Benefactor y Pigmalión de muchos, la generosidad y preocupación por los demás era uno de los rasgos más acusados e inequívocos de su personalidad.

Consejero discreto. Su valiosa contribución a la entidad amarilla es también digna del mayor encomio y, en honor a la verdad, apenas le fue reconocido. Y es que Luis nunca trataba de colocarse en posiciones de dominio o privilegio detestando estar atado a servidumbres.

Los asuntos de régimen interno del club los llevaba con secretismo de casa real como correspondía a una persona de nobles principios y natural elegancia. En puridad, Luis fue paradigma de discreción, llegando a convertirse para muchos en un consejero anónimo. Nunca tuvo vocación escénica ni ese desmedido afán de ubicuidad o presencia ecléctica de algunos que se celebran torpemente o que aún no han podido superar la patología de la foto.

Fruto de su inconmensurable trabajo en el club, fueron sus gestiones como agente inmobiliario en la comisión jurídica, con la dotación de campos de césped artificial en Barranco Seco de donde saldría una gran camada de jugadores de nuestro fútbol canterano.

Reunión del Consejo de Administración en la sala de juntas del club amarillo. De derecha a izquierda: Luis Valeriano, Abraham Domínguez, Salvador Cuyás y el Secretario del Consejo Antonio Sánchez Tetáreo.

Pensaba que el club se había ido desnaturalizando y había que recuperar sus constantes vitales y verdadera esencia. La institución no sólo debía tener como prioridad el criterio empresarial y la viabilidad económica sino igualmente generar sentimientos y gestionar emociones.

Las situaciones límite de la entidad las vivía y asumía con responsabilidad, pero desde una perspectiva racional y glacial; huía del discurso estridente y nunca se embarcaba en debates simplistas o discusiones bizantinas.

La UD Las Palmas era también para Luis la cronología de una añoranza, una academia de la vida, fiel transmisora de valores cívicos y éticos. Ambos éramos fieles guardianes de nuestras tradiciones y solíamos retrotraernos en el túnel del tiempo, rememorando aquellos años de nuestra infancia, cuando a las cuatro de la tarde en compañía de nuestros padres acudíamos a ese Sancta Sanctorum de nuestro fútbol como era el Estadio Insular en una época de espectáculo y esplendor.

Pensaba que nuestro club formaba parte de la memoria y educación sentimental de esta ciudad.

Entrega de premios en la Comandancia de la Guardia Civil. Entre los invitados al acto figuraban los ex jugadores Alberto Clemente y Manolo Montes; el entrenador Sergio Kresic, historiador Antonio de Armas, consejero Luis Valeriano y el padre del jugador brasileño Álvaro.

El último curso de la temporada 2001/02 había llegado al final con tintes de agonía.

Tras la derrota ante el CD Tenerife en el Estadio Insular todo se tornaba turbio y dramático. Sin embargo, quedaba un último halo de esperanza ganando en San Sebastián, equipo que no se jugaba nada en el envite y dependiendo de lo que hicieran conjuntos como el Valladolid donde militaba nuestro ex jugador "Turu Flores", quien durante toda la semana no dejó de insuflarnos ánimos transmitiéndonos continuamente su convencimiento de que nuestro equipo continuaría en Primera División el año siguiente.

El encuentro de Anoeta comenzaba bien para nuestros intereses. Luis y yo tras el almuerzo de ambas directivas en el Restaurante Arzak ocupamos nuestros lugares respectivos en el palco de honor. Cuando todo parecía, por un momento, sonreírnos me dijo que se ausentaba un momento de su localidad. Pensé que iría a dar cuenta de sus aromáticos habanos por lo que no le di ninguna importancia. Al percatarme que pasaba el tiempo y no regresaba decidí llamarlo por teléfono. Me dijo que había sentido un dolor en el pecho y no se encontraba en el recinto deportivo sino que estaba paseando por la Avenida de la Playa de La Concha cerca del hotel donde nos hospedábamos. Su voz me llegaba temblorosa y entrecortada a través de la línea telefónica.

Credencial del Presidente y el Consejo de Administración de la Real Sociedad de Fútbol a la UD Las Palmas.

 

Dedicatoria de Arzak en su restaurante de Alto de Miracruz.

De pronto el partido daría un giro inesperado y ya ni los resultados de los otros equipos nos podían salvar de nuestro irremediable camino hacia el descenso.

A pesar de mi dilatada trayectoria en el club nunca experimenté una pérdida de categoría tan dolorosa y desoladora.

En el mustio y silente vestuario todos lloraban amargamente la derrota. El rostro grave y circunspecto de Aparicio sentado escondiendo su rostro con una toalla me sobrecogió. Le toqué en la espalda y al girarse ambos quedamos fundidos en un prolongado abrazo.

El entrenador Fernando Vázquez muy afectado dirigiéndose a una de las duchas aún uniformado, resbaló y quedó en el suelo en posición fetal mientras el agua le caía en abundancia sobre su cuerpo y vestimenta. No sin grandes esfuerzos Aparicio, Antonio Gil y yo logramos sacarlo de la ducha; lloraba como un niño desprotegido, articulando palabras que no podíamos entender.

El entrenador de la UD Las Palmas Fernando Vázquez llora desconsoladamente en el trayecto de regreso al hotel tras el encuentro de Anoeta.

Tras el tortuoso y largo viaje de regreso la guagua del club nos llevaría hasta el Estadio Insular como era costumbre en aquellos tiempos.

En el trayecto no habíamos intercambiado una sola palabra. Al despedirse me dijo que tenía que hablar conmigo ya que en su deseo estaba abandonar la entidad.

Aquellos ataques mediáticos día tras día al Consejo de Administración y a la figura del Director General Sabino López le habían hecho mucha mella. Por otro lado la situación económica del Consejo comenzaba a hacerse pública y la responsabilidad adquirida con el club y su familia le empezaban a infundir temor.

A la semana siguiente cuando fuimos a recoger su coche en el parking del Monopol para dirigirnos a Barranco Seco donde jugaba el equipo filial, nuestra sorpresa fue mayúscula. Al doblar la calle Triana e incorporarnos a la subida de Lentini, en los arbustos plantados en el pasaje habían colocado carteles con los rostros de todos los miembros del Consejo de Administración. En el pié de foto se podía leer un adjetivo sobrecogedor: ladrones.

Para una persona con la jerarquía de valores y principios morales de Luis Valeriano aquel incidente le dejó sin palabras. Fue la primera vez que vi a una persona de actitud tan positiva y alegre con lágrimas que le corrían por sus mejillas mientras quedaba inmóvil sin pronunciar palabra alguna.

Me dijo que no se encontraba con fuerzas para conducir y mucho menos para presenciar el partido o escuchar simplemente la palabra fútbol.

Finalmente decidimos marchar en mi coche al Restaurante Bentayga, frente al Hotel Santa Brígida, lugar que habíamos frecuentado en tantas ocasiones en nuestra infancia, adolescencia y primera juventud y que ahora desde su entrada a la entidad de la mano de Manuel García Navarro habíamos vuelto a alternar.

Mirándome fijamente con gesto grave me dijo: sé que te van a afectar mis palabras porque todos estos años hemos sido amigos inseparables en el club pero ha llegado un momento que mi dignidad y mi responsabilidad como padre de familia me impiden continuar.

En breves fechas pactaremos con el cabildo nuestra salida del club siempre que se lleve a cabo con éxito la operación bancaria con La Caja Insular de Ahorros.

En realidad, no pude articular palabra; habían sido muchas emociones en tan corto periodo de tiempo.

En la instantánea, de izquierda a derecha: Alberto, Luis Valeriano y Antonio de Armas en el Estadio de Motjuic en una visita matinal el día del encuentro.

Posteriormente, resuelta la operación económica del club, ingresa un nuevo Consejo de Administración presidido por Luis González.

Como era lógico Luis y yo ya no podíamos vernos con la frecuencia a la que estábamos acostumbrados. Sin embargo seguíamos reuniéndonos los fines de semana siguiendo la trayectoria futbolística de su hijo Alberto.

En los últimos días mi amigo Luis se fue aislando socialmente, mostrándose ausente y lacónico hasta límites preocupantes. Atrapado en "El Laberinto del Minotauro" y en su titánica lucha diaria para mantener un status que le responsabilizaba en exceso, estaba muy lejos de obtener parámetros razonables de tranquilidad y sosiego, adentrándose irremediablemente en una espiral sin fin.

En nuestra última cita, una semana antes del fatal desenlace, me dijo que se encontraba perfectamente pero que había ciertos problemas de índole profesional que necesitaba resolver y demandaban su atención. Instalado en mi natural olvido, mi misantropía y la monotonía de mi propio discurso, no pude captar la verdadera realidad y dimensión que había adquirido el trauma. Espero que desde su beatus ille horaciano me lo sepa perdonar.

En nuestros viajes a la península, cada quince días, representando al club, durante nuestra estancia nos concentrábamos en adentrarnos en las rutas histórico-culturales de las ciudades y bucear en su patrimonio y gastronomía.

El próximo año cumpliremos toda una década sin la presencia de nuestro llorado consejero Luis Valeriano González.

He vuelto a los mismos estadios de siempre; a las catedrales góticas de patios con aires de clausura y aromas de azahar. He vuelto a sus plazas, caminos rurales de frondosas arboledas y a las calles que hablan.

El itinerario sigue en el mismo lugar pero su esencia histórica, percepción y sensaciones ya no pueden ser las mismas sin su presencia.

Luis Valeriano estará ahora en el ecuador de lo vivido y desconocido y su figura se ha ido mitificando y atomizando con la irrefrenable rumorología.

Es lo que realmente subyace cuando desprovistos de toda materia y ropaje, una persona de su nobleza, ha atravesado todos los sufrimientos, equivocaciones y adversidades de la vida terrenal para penetrar en el dominio de lo absoluto, en la búsqueda de los sublime o inefable, en el espacio universal.